7 microrrelatos perdedores (Antonio Carrón y Theo Fernández)


Antonio y Theo son, antes que nada, dos perdedores. No son muchas las cosas que se les dan tan bien como la derrota. Puesto que sus fracasos son lo unico que tienen para compartir, en este caso, nos presentan 7 microrrelatos que postularon para el concurso 100palabrasBuenosAires. Pasen y lean qué cuentos no ganaron:


Microrrelatos derrotados de Antonio:

1.
Pateando una latita por la calle. A decir verdad estoy tristísimo, sin cura. Pega en el cordón, el desagüe, la latita y sale ¡pím! A parar a ninguna parte, y lo que es peor, sin cura. Pero en esas se me va la pierna, la sigue a la latita. Y se van juntas, y se abren un puesto de choris (no, no es en Costanera) y la pierna me queda suave con contorno de hueso. La miro y pienso “qué ganas de un chori”, así que me abro un puesto al lado y les hago competencia; así es la tristeza.

2.
Era obstinadamente seco el sonido de la cabeza al rebotar con el pavimento de la calle Corrientes, yo no era el único que lo escuchaba. En ese momento un músico callejero componía su primer tema al son de esa cabeza. Después vinieron las carteleras, esas mismas que èl veía allá arriba, pero ahora con su cara. Las tapas, la fama, el estrellato. Largos viajes en limusina entorpecidos por el metrobús, como para recordarle otros tiempos. El son de las cabezas era número uno en todos lados. La gente, loca, le gritaba «te sigo desde cemento». Era momento de volver a cero.

3.
El chico había nacido tarado y, como vieron que solo respondía a ciertas cosas, lo fueron probando. A los tres al campo, a los cinco había vuelto y al centro, de los siete a los doce (cuánto aguantó) a la Republica Oriental y de entonces hasta ahora al sur del país. Claramente no estaba funcionando, hubo que ponerse creativo. Aviones, camiones (ganaderos), autitos. No. En colectivos, en estaciones, en puestos de diario, garajes, centros culturales, mercados, no. Hasta que un día… cómodamente se quedó, solo y tranquilo en una misma posición, cuando lo sentaron frente a la ESMA (los papás felices).


Microrrelatos derrotados de Theo:

La Apuesta

– Te lo juego
– No hace falta
– Dale, no seas cagón

Salió disparado. Sus piernas volaban sobre la senda peatonal. Llegó al ensanche del Obelisco convencido de que lo iba a lograr. Un 59 fue testigo de su paso a la segunda mitad. Ahí comenzó la cuenta regresiva. Ciego, siguió corriendo. No era la primera persona que había apostado cruzar la 9 de Julio de un tirón. A 20 metros del final, los semáforos se volvieron en su contra.

Un taxista despistado atropelló sus sueños.

La pasajera de atrás se quejaba. Llegaría tarde a la estación de Retiro.

Devotos en la calle Lavalle

Los antiguos cines de la calle Lavalle se han convertido en iglesias evangélicas. En las butacas, que aún conservan los apoyavasos, los fieles se sientan cada domingo a escuchar la misa, pedir por sus enfermos y confesar sus pecados.

En el bar de enfrente, un grupito de estudiantes juega a mezclar los tiempos. Imaginan al padre Daniel Tinayre lanzando una prédica policial. Son miles los creyentes que se congregan en la sala. Susurran “amen” luego de un paneo o un desenfoque preciso. Legrand besa al bandido y los fieles derraman santas lágrimas. Termina la película. Un loco grita: ¡Milagro divino!

Avenida Warnes

Él solo pensaba en besarla. Imaginaba sus labios, violetas por el vino, rozando su húmeda lengua.

Ella le preguntaba sobre su novela y lo dejaba hablar, como un niño entusiasmado.

Llegaron a Avenida Warnes. Él la miró a los ojos. Ella rompió el silencio:

– ¿Ves ese taller mecánico?
– Si
– Esos tipos crían duendes y los meten dentro de los coches. Los tienen trabajando sin descanso. Mañana a la noche quemaremos el lugar. Vos me vas a ayudar.

Un dejo violáceo le tiñó la comisura del labio. Ella se marchó.

Siempre fue escéptico, pero creía en ella. Mañana quemaría ese taller.

El Platensito.

El comisario Guillermez le dio una pitada a su cigarrillo electrónico. El humo del frío se mezcló con el del aparato. Cuatro desapariciones en las últimas semanas eran demasiadas para entenderlas como casos aislados.

Un ciruja quebró el silencio nocturno. “No busque más comisario, es el bicho del Plata. El monstruo vive en el río y por las noches caza pescadores y chetos que salen de las discotecas”.

Guillermez descartó la idea mientras el ciruja se alejaba a paso borracho.

En el fondo del río el Platensito devoraba a su última víctima. La ciudad, ignorante, le daba la espalda.

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