The Batman es una película para reaccionar con onomatopeyas, de las inventadas por Coscu, porque es divertido hacerlo y porque es acorde con lo que la película da. Eso no está mal, no es poca cosa, está muy bien. Esto ya deja en claro que no estoy a favor de lo, ya muy repetido, dicho por Scorsese y otros que atacan en nombre del arte a las películas de superhéroes.
No existe el gran cine y después el resto. No está Godard o Hitchcock y después los demás, no hay películas superiores a otras. El cine es un arte de masas, aunque aparezcan personas por izquierda y por derecha exclamando cosas que lo niegan o van casi directamente en contra de ello. Esa característica es el 50% del cinematógrafo. El cine no es sólo el tren llegando a la estación, también es el público corriendo asustado. Hay ciertos cineastas más accesibles que otros, tanto para el público cinéfilo como para el común, ya sea porque simplemente están en color o porque están en inglés en vez de coreano, tailandés, francés o rumano. Así como también, porque es más fácil adentrarse a una película como ésta, que tiene los bellos rostros de Kravitz y Pattinson en primer plano siendo los míticos Batman y Gatúbela, que meterse en los interminables planos en la oscuridad de Vitalina Varela. Es una obviedad, pero que sea más accesible una que otra no hace a ninguna de ellas una película mejor. Ahora bien, tampoco una película es mejor que la otra por tener a un gran autor.
La política de los autores, al fin y al cabo, no se trataba de poner al director en el centro de la obra, en la posición de artista máximo. Cuando se enarbola la bandera de que las películas de Marvel son simple y llanamente malas películas, películas para vender figuras de acción, de parque de diversiones, con intención de degradarlas, a lo único a lo que se reduce es a la materia cinematográfica. ¿Cómo vamos a saltar en contra de algo que a millones de personas genuinamente les gusta, les divierte? Cuando los “jóvenes turcos” saltaron, en una movida completamente popular, a agrandar a Hitchcock, Hawks o Ford, también saltaron en pro de cineastas menos obvios como Fuller, Siodmak o Ray. Entonces, no se trataba de encontrar películas perfectas, de encontrar el mejor reloj de una fábrica que produce en serie (que, por cierto, no hay nada más alejado a eso que el Hollywood de oro), de encontrar Casablancas. Se trataba y trata de encontrar gracias, de crear un público más consciente de esas gracias, que sean críticos. Que se entregue a la sorpresa de encontrar tanto aciertos como defectos, más bien bellezas. El que, por ejemplo, Bruce Wayne esté tan en la suya siendo Batman que al segundo que Alfred se despierta después de casi morir por un C4 que le explota en la cara por su culpa, no tenga ni un mínimo ápice de sensibilidad y lo empiece a taladrar con sus cosas del padre. El público se hace partícipe de la película, le dice: «¡pará un poco bruce!». En esta película hay un sinfín de pequeñas cosas que se pueden considerar errores, que uno puede pensar que no corresponden con el mito de Batman.
Cuando se habla del arte, del autor en el cine, de los genios, los Coppola, Nolan y Paul Thomas Anderson de la vida, agrandándolos como los que nos muestran el camino del cine, se engrosa una visión de las películas como relojes, porque por un lado justo los dos primeros mencionados hacen en general películas que son literalmente relojes suizos, por otro porque colgándose de estos grandes directores parte de la crítica y los festivales armaron un programa del cine. Que no se piense que aquí incluyo a ciertos cineastas más complejos como Apichatpong, Costa, Moretti o Sang-soo. Aquí hablamos de los cineastas que simplemente son más accesibles al público, y no por una cuestión de mercado, por ser de Hollywood. Por tanto, si una película no cumple con lo que se espera que debe ser ya es descartada. Lo que pasó con esta de Batman, desde la crítica, tiene que ver con eso. Como el Bruno Diaz de Pattinson es medio bobo, y no es similar al de Bale, la película es floja. Que igualmente, tal vez lo es, pero eso es lo de menos, aquí hay otras cosas, la película pasa, sea a priori o no, por otro lado. Pasa por la belleza de los trajes, de los mismos actores, de lo útil y excitante que pueden ser la música y los sonidos. Que lo mejor y sin precedentes, es cómo Batman y Gatúbela miran, caminan, pegan, andan en moto, en cómo Pattinson y Kravitz impresionan con su belleza hegemónica. Vale aclarar que aquí la real identidad de los personajes son sus identidades secretas, ahí es donde más se lucen. Para bien o para mal, ahí hay un appeal, pues es igual a como es muy común ahora, donde se vive mucho en las redes sociales. Lo mismo también le pasa al Acertijo que consigue a sus acólitos por un foro de la internet.
Volviendo a la idea del autor, pues a mi parecer, simplemente no hay autor aquí, hay oficios, un director de oficio, actores con mucho oficio, músicos con muchísimo oficio (Michael Giacchino).
Para terminar voy a intentar argumentar el cómo Batman y Gatúbela sí tienen sexo al final de la película, ya que se dijo mucho que hasta Eternals de Marvel es más erótica porque hay efectivamente una escena de sexo. El cine de Hollywood cuando quería filmar un acto sexual o erótico filmaba un beso. Aquí hay un único pequeño beso, pero sí fuertes miradas, Bruce Wayne y Selina Kyle siempre tuvieron una relación super platónica. Sin embargo, aquí finalmente tienen sexo, claro que no literalmente, pero sí metafóricamente con sus motos (motomami) imitando el cortejo de las águilas.
Viens je t’emmène (Alain Guiraudie, 2022) x Antonio
Ya desde la génesis del cine aparece la propiedad de las imágenes. Médéric descubre mientras espía el mail de Selim una pagina del ISIS. Comienza a clickear videos y se pierde en su espectacularidad, su puesta en escena. Vuelan en igual cantidad: balas, cabezas, personas, misiles. Pero imaginemos que ese link que Médéric clickea hubiese llevado, digamos, a una escena del Hollywood clásico en la que Katherine Hepburn rasga su vestido y Cary Grant la persigue tratando de que el defecto no se note ¿Qué hubiese cambiado? Una respuesta sería (y seria) la película entera. Pero llevémoslo a un nivel mas básico, un nivel gerencial. Lo que implica ese cambio en la escena tal vez pueda pasar desapercibido a primera vista, de hecho el cambio sustancial no ocurre en la escena en sí. Es necesario quedarse hacia el final, cuando los títulos empiezan a correr, y prestar mucha atención para notarlo. Efectuado el cambio de una imagen por otra, en determinado momento, sin mucho asombro, hubiésemos visto un pequeño texto, pero no por eso menos significativo, que no contaría como los productores y el director «agradecen gentilmente a la RKO por ceder los derechos de imagen» generosa y desinteresadamente. En esa devolución de gentilezas, hacia el final de la película imaginada, radica la diferencia entre una imagen cercana y una lejana. Una imagen a la que hay que rendirle cuentas, en el sentido mas económico del termino, y una de la que se puede tomar indefinidamente sin siquiera dedicarle un simple «gracias».