Ya desde la génesis del cine aparece la propiedad de las imágenes. Médéric descubre mientras espía el mail de Selim una pagina del ISIS. Comienza a clickear videos y se pierde en su espectacularidad, su puesta en escena. Vuelan en igual cantidad: balas, cabezas, personas, misiles. Pero imaginemos que ese link que Médéric clickea hubiese llevado, digamos, a una escena del Hollywood clásico en la que Katherine Hepburn rasga su vestido y Cary Grant la persigue tratando de que el defecto no se note ¿Qué hubiese cambiado? Una respuesta sería (y seria) la película entera. Pero llevémoslo a un nivel mas básico, un nivel gerencial. Lo que implica ese cambio en la escena tal vez pueda pasar desapercibido a primera vista, de hecho el cambio sustancial no ocurre en la escena en sí. Es necesario quedarse hacia el final, cuando los títulos empiezan a correr, y prestar mucha atención para notarlo. Efectuado el cambio de una imagen por otra, en determinado momento, sin mucho asombro, hubiésemos visto un pequeño texto, pero no por eso menos significativo, que no contaría como los productores y el director «agradecen gentilmente a la RKO por ceder los derechos de imagen» generosa y desinteresadamente. En esa devolución de gentilezas, hacia el final de la película imaginada, radica la diferencia entre una imagen cercana y una lejana. Una imagen a la que hay que rendirle cuentas, en el sentido mas económico del termino, y una de la que se puede tomar indefinidamente sin siquiera dedicarle un simple «gracias».